La meteorología es reina también en el mar y sus elementos mandan. Los modelos de predicción del tiempo hacen pronósticos que son el resultado de una infinidad de variables, la mejor de las cuales está a nuestra disposición para ser utilizada con relativa confianza. La atmósfera es una gigantesca masa gaseosa tridimensional, turbulenta y en cuya evolución influyen una enormidad de factores. Tan solo uno de éstos puede ejercer de modo imprevisible una acción dominante que puede acabar perturbando la evolución prevista de toda una región. Así pues, la previsión del tiempo es menos insegura cuanto menor es la anticipación del pronóstico, y más reducido el espacio al que se refiere.
El rigor del Comité impone salvaguardar a sus deportistas de eventuales situaciones de peligro ante fenómenos calculados con razonable exactitud, por lo que en vísperas de disputarse el XXXII Trofeo Dos Islas en el Club de Vela, con un parte meteorológico cara al sábado de viento frescachón del noroeste con rachas “atemporaladas” al anochecer y mar gruesa, tomaba forma la idea de acortar su recorrido renunciando a la travesía a Tagomago en favor de otra costera y en aguas más resguardadas. El viernes por la noche nos acostamos con la publicación en el TOA (Tablón Oficial de Anuncios) de las coordenadas de una baliza a virar por babor, situada al oeste del Cabo Enderrocat, en el extremo oriental de la bahía de Palma. Ida y vuelta, distancia algo menos de treinta y seis millas.
Circunspectos y ataviados para el frío, con mar vieja de plúmbeo color bajo un cielo de mil grises y un viento de noreste fresquito, se daba la salida a las dos clases, una tras otra, hacia una baliza de desmarque colocada frente a las calmadas y claras aguas de Cala Egos. Tras ella y rumbo sureste, la calma… bordeando los cabos de Poniente y hasta bien entrados en la Bahía de Palma, un constante acordeón de alcances y huidas: grandes y pequeños, navegando muy lentamente de forma errática en unas condiciones muy inestables. Unos alcanzaron librar La Mola y Llamp con desenvoltura encontrándose encalmados frente a Santa Ponsa, mientras que un chubasco de agua-nieve avanzando hacia ellos, movía rápidamente a los que se quedaron rezagados con viento a favor hasta que pasó de largo. Éste dejó a su paso una grande laguna brillante y vuelta a empezar agrupados, oteando el horizonte en busca de un aliento de aire. Desde el paso por el Islote del Toro y Punta Figuera hasta el Cabo Enderrocat, fueron solamente rachas las que llegaban dispersas y morían en las velas de algún venturoso que conseguía prosperar hacia adelante con ellas, para luego frenarse… un vaivén vacilante que duró muchas horas.
En el horizonte bajando cuota entre las oscuras nubes, los rayos de sol caían sobre una línea ondulada de mar negra y se dispersaban en el aire reflejados como fuego en los edificios de la playa de Palma y a nuestras espaldas. El ocaso marcaba el paso por las coordenadas de la bahía en un escenario de espectacular belleza y templada competición vespertina. Podría describir uno a uno los barcos, sus rastros y sus maniobras pero la grandilocuencia y el cansancio dejan paso al hecho de que una nueva regata empieza a medio recorrido ya de regreso. Tras las montañas, el mistral iba rellenando el litoral con fuerza tras cada milla recorrida. Alguno de los grandes cruzaba la línea de llegada poco después de las siete de la tarde, cuando lo grueso del resto amainaba velas con mar llana para empezar una gran ceñida… Librando el extremo occidental de la bahía, la torre troncocónica blanca de espiral negra del faro de Cala Figuera iluminaba con sus haces de luz nuestros laminados, ya al límite, entre altos rociones que tras su desvente ya empezaban a agitar nuestra andadura. Y apareció la luna despejando el cielo para mostrarnos una mar embravecida de viento, enseñando la oscuridad de unos senos grandes y profundos, henchidos en lo alto por grandes crestas de espuma blanca corriendo paralelas a la costa… Un aire denso y muy fuerte, más de lo previsto a estas horas de la noche, tuvo que negociarse con determinación y marinería. Mi tripulación atrincherada en el barco, sintiéndolo y tal vez sufriendo como él las embestidas cada vez más fuertes de una naturaleza genuina e impávida, mantenía la fuerza y el coraje necesarios para navegar con sagaz compostura. Con ellos me sentí bien… Con él, el Macarella, tengo incluso otra historia maravillosa. A estas alturas, las luces de la flota eran difuminados reflejos imposibles de identificar con un nombre… Eran rivales que luchaban por remontar las olas y llegar a puerto sanos y salvos. A través de sus velas trasparentes de Kevlar yo veía las luces de Santa Ponsa escorando a nuestro sotavento y mientras compartíamos estela: en un claro de cielo pude reconocer la silueta azul de uno de ellos, era el Banff. No muy lejos pude ver también al Fehurihi. Juntos dejamos al Gruñon atrás mientras en los últimos compases de la gran ceñida, los demás iban desapareciendo tras la vertical de La Mola.
En la clase 1/2 el Petroushka de Jaume Binimelis se imponía al Nadir V de Pedro Vaquer. Container – MYC One, tercero. Andiria de Tomeu Ozonas y Cremise de Tian Palmer encontraban sus condiciones de navegación óptimas copando lo más alto del podio, completado por Carlos Ros, sus chicos de Sóller y su Fehurihi en la clase 3/4: tras más de diez horas de difícil y dura regata, unos escasos tres minutos en tiempo compensado separaban a estos tres rivales! Poco después de las once de la noche cruzaba la línea de llegada la última embarcación de las treinta y cinco inscritas. Algunos rompieron, otros se retiraron o se impacientaron… tan difícil es el viento duro, cuanto su ausencia. Aún alejados del piélago la regata cumplía con las expectativas de todos y con su buen nombre. Créanme, una regata costera puede ser una aventura de extraordinaria belleza a la vez que una importante y dura prueba, capaz de generar fuertes emociones y adrenalina a raudales…
Buenas noches Tagomago. Hasta siempre.
Luca Monzani
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